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Tag Archives: zar

Amistades peligrosas II: La emperatriz y el monje

06 Saturday Dec 2014

Posted by Dickensandcompany in History

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Alejandra, Alexei, Historia, History, I WW, Nicolás, rasputin, Rusia, San Petersburgo, zar

(…)

Rasputín con Alejandra y los hijos de ella.

La influencia que Rasputín tenía sobre Alejandra llegó demasiado lejos. En San Petersburgo los obreros se reían de su emperatriz y la imaginaban fornicando con el monje; carteles ilegales mostraban a las princesas desnudas junto a Rasputín. En la corte, los consejeros del zar le apremiaban para que expulsara al “monje loco”, como le llamaban. Nicolás II no tuvo más alternativa y en 1911 dejó de llamar a Rasputín a palacio. La zarina cayó muy pronto en un estado de nerviosismo y paranoia. ¿Y si Alexei se caía? ¿Quién iba a curarle si se hacía daño? No tuvo que pasar mucho tiempo para que sus miedos se viesen cumplidos. Mientras madre e hijo paseaban en carruaje, el niño se puso a corretear por los bosques de palacio, cuando tropezó y se cayó. Un golpe leve, a primera vista. Pero entonces empezó a sangrar.

Cuando llegó la noche, los alaridos del príncipe podían escucharse en todas las estancias del palacio. –Llámale. Llama al padre Grigori a palacio– parece que le rogó Alejandra a su esposo. Pero Nicolás no se decidía. Eran muchas las presiones que recibía de su madre y sus hermanas, de sus consejeros y del mismo pueblo ruso. Finalmente, la gravedad de su hijo lo llevó a llamar a Rasputín. Aquella decisión marcó, en muchos sentidos, el final de la dinastía. El monje volvió a palacio para consolidar todo su poder e influencia sobre la familia imperial. Una vez en las estancias reales, consiguió calmar nuevamente al niño y le curó. Alejandra no cabía en sí de gozo. Aquel hombre sólo podía ser un ángel o un santo.

La I Guerra Mundial llegó a todos los rincones de Europa en el verano de 1914. El continente se levantó en armas y el zar se unió a sus aliados. Toda Rusia se preparó para la batalla. Sin embargo, el gran imperio no estaba preparado para aquella guerra moderna. Así que Nicolás tomó una decisión trascendental: él en persona iba a dirigir el ejército en el frente. Ingenuamente pensaba que, si luchaba junto a sus hombres, infundiría el valor entre las tropas. Más bien, iba a convertirse en el responsable directo de todos los desastres que se avecinaban.

Para dirigir el país dejó como regentes a Alejandra y al omnipotente Rasputín. Ahora el monje tenía el control de Rusia, pues su voz se escuchaba a través de las palabras de la zarina. Y durante aquellos meses, limpió el palacio y colocó a sus fieles seguidores en puestos importantes de la administración. “¡Una auténtica revolución de palacio!” Ha dicho más de un historiador. Aquello fue demasiado para la nobleza rusa. Los grandes príncipes llevaban años sintiéndose humillados por un campesino y un estafador, así que llegaron a la conclusión de que Rasputín debía morir.

Retrato del príncipe Felix Yusupov

Una noche de diciembre de 1916, el príncipe Felix Yusupov, primo de los zares a la vez que un declarado homosexual y famoso por sus extravagancias, invitó a Rasputín a merendar. Lo que ocurrió durante aquella velada se ha convertido en una leyenda. El monje empezó a beber buen vino y a comer pasteles. Lo que no sabía era que todos esos manjares tenían veneno. De pronto se desplomó. Cuando Yusupov y sus amigos aplaudían por su triunfo, Rasputín se levantó furioso e intentó estrangular al príncipe. Comenzaron a dispararle, pero no se moría. Totalmente encolerizado, parecía incontrolable. Finalmente cayó al suelo inconsciente y lo metieron en un saco, lo llevaron en barco hasta el río Neva y abrieron un boquete en el hielo, lanzándolo a su interior. Su cuerpo apareció al día siguiente hinchado y sin vida.

Alejandra no soportó la muerte de Rasputín. Sumida en la ira y la melancolía, sólo quería castigar a los culpables. Mientras sus consejeros la apremiaban para que apaciguase las calles y calmase a la población, que estaba ya cansada de la guerra, ella sólo lloraba y juraba venganza. Finalmente, el caos llegó a todos los rincones de Rusia. La guerra estaba siendo desastrosa y Nicolás sólo acumulaba fracasos en el frente. Muy pronto, los obreros se levantaron en armas contra sus zares, desencadenaron una revolución y se dirigieron al palacio imperial.

Cuando Nicolás conoció las noticias, se puso en camino hacia la capital. Mientras tanto, su familia vivía el terror de la revolución. Los amotinados cortaron la electricidad del palacio y asaltaron las estancias principales, mientras la zarina se ocultaba con sus hijos. Finalmente el zar llegó a tiempo para calmar a los asaltantes, pero a un precio muy alto. Había llegado el final del zarismo. Ya era tarde para traer reformas y su hijo Alexei era demasiado pequeño para convertirse en zar. Así que Nicolás II abdicó y después de días de confusión cayó el imperio ruso. Durante los dos años siguientes, la familia imperial fue conducida de una casa a otra, sin hogar y sin rumbo.

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Cuando los comunistas tomaron el poder, los antiguos zares y sus hijos pasaron a convertirse en una amenaza. Eran muchos los que soñaban con restaurar el viejo orden. Una noche, un grupo de soldados soviéticos entraron en la casa donde dormían y les ordenaron prepararse para partir. Alejandra y sus hijas se pusieron sus mejores joyas y se abrigaron, Nicolás y Alexei se vistieron de uniforme. Cuando iban a salir, les ordenaron que bajasen a un sótano para hacerse una foto que iba a difundirse por las ciudades para demostrar que la familia imperial estaba a salvo. Lo que allí ocurrió fue tan atroz que permaneció oculto durante más de medio siglo. Los disparos dieron paso a gritos de terror, y después el silencio. De ese modo, Alejandra y Rasputín, tan unidos en vida, vivieron el mismo martirio en la muerte. Su historia se convirtió en una leyenda y fueron muchos los que quisieron comprender las razones de por qué una emperatriz se había fijado en un monje siberiano. Las versiones difieren, cada historiador le ha dado su propio significado a aquella extraña amistad, pero lo realmente importante es que ambos perduraron en la historia y siguen hoy en día causando devoción y odio, fascinación y resentimiento…

Autor texto: Francisco J. García, Historiador.

Amistades peligrosas (I): La emperatriz y el monje

Saludos 🙂

Isabel de Rusia. La batalla por el trono imperial

01 Monday Dec 2014

Posted by Dickensandcompany in History

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asesinatos, emperatriz, Histoire, Historia, History, Imperio Ruso, Isabel de Rusia, Pedro el Grande, Rusia, trono, usurpación, zar, Zarina

Isabel I de Rusia, según Virgilius Eriksen, siglo XVIII

El 29 de diciembre de 1709, el palacio de  Kolómenskoe bullía de excitación. Pedro el Grande, el omnipotente zar que había convertido Rusia en un imperio moderno y espejo de la Europa occidental, esperaba un hijo. Cuando entró en los aposentos reales, su esposa Catalina le presentó a una niña, Isabel. Desde ese momento, esta princesa se convirtió en la niña de sus ojos. Además fue una niña despierta, de rubios cabellos y blanca piel, destinada a convertirse en una gran duquesa de Rusia.

Sin embargo, su prometedor futuro comenzó a truncarse cuando en 1725, su padre murió inesperadamente. Desde ese momento comenzaba su carrera hacia el trono; una batalla que ella ignoraba que estuviese librando. Con la muerte del zar, su esposa, la lasciva y ruda Catalina, se adjudicó la corona con un golpe de estado y se proclamó emperatriz. Fueron años de confusión en la corte imperial. Isabel vio como su madre se marchitaba entre los excesos del alcohol y las grandes fiestas, hasta que finalmente murió prematuramente en 1727, dejando a su hija huérfana.

Aunque Isabel estaba en línea directa de sucesión al trono, fue designado sucesor un niño de doce años: Pedro II. Antes de nacer Isabel, Pedro el Grande había tenido un hijo primogénito, Alexis, que fue asesinado por su propio padre. Este nuevo zar niño era descendiente de ese príncipe sin ventura y, por tanto, también sobrino de Isabel.

Desde el principio se tuvieron mucho cariño. De hecho, el historiador Henri Troyat cuenta que les encantaba jugar juntos, pasear y disfrutar de excursiones. Menciona incluso que llegaron a tener relaciones sexuales. A fin de cuentas, el emperador niño experimentó los mismos excesos que sus predecesores. Con apenas trece años, se había aficionado al vodka y ya practicaba el sexo bisexual. Demasiadas aventuras para un zar tan pequeño, que acabaron con su vida en 1730. El camino hacia el trono se iba despejando para Isabel.

Palacio de Invierno, residencia oficial de los zares rusos entre 1732 y 1919.  Hoy alberga el Museo del Hermitage.

Los siguientes años fueron realmente difíciles para la joven princesa. La corona imperial volvía a quedar sin portador y éste podía ser su momento, pero Isabel todavía no estaba preparada. Así que apareció un nuevo pretendiente, otra princesa con menos linaje, pero no menos ambiciosa. Se llamaba Anna Ivanova y era prima de Isabel. Como nueva zarina, Ana I instauró un reinado del terror, persiguiendo a todos aquéllos que se opusiesen a su política. En cuanto a Isabel, la tuvo bien vigilada, y no era para menos. Su belleza y fama no hacían sino crecer. En los bailes de palacio, Ana no soportaba ver a su hermosa y rubia prima danzando y siendo el deseo de todos los varones. Algunos amantes de la princesa sufrieron la terrible ira de Ana.

Aquella época entrenó a Isabel como futura conspiradora, la hizo fuerte y le enseñó que el lugar más peligroso del imperio era la misma corte. Consciente de las envidias y celos que despertaba en la emperatriz, Isabel decidió alejarse y se dedicó a su vida privada. De hija del gran zar, ahora se había convertido en un peón inservible, que ya no interesaba para ninguna casa real. Muy pocos creían que aquella joven sin ventura llegase algún día a ser zarina; seguramente fuese asesinada mucho antes. Por entonces, se entregó a sus más bajas pasiones con un joven plebeyo. Se llamaba  Alexei Razumovski y era un guapo y apuesto cosaco ucraniano, que consiguió enamorarla. Desde entonces, Isabel y Alexei fueron amantes y se comentó incluso que llegaron a casarse en secreto. Todo indicaba que la princesa debía convertirse en poco más que una matrona, pero una vez más, el camino hacia el trono la llamaba. Y la hora de su gran batalla estaba cerca.

En 1740, la todopoderosa Ana sufrió un colapso nervioso. Para entonces ya había elegido un heredero, un bebé llamado Iván. Tan obsesionada estaba por evitar que Isabel reinase, que hizo traer a una sobrina suya a Rusia, también llamada Ana, que acababa de ser madre. La emperatriz nombró heredero al recién nacido y a su madre como regente. Así el trono quedaba asegurado y ella podía morir tranquila. Isabel nunca llegaría a ser zarina. O eso era lo que ella pensaba.

La situación de Isabel finalmente se hizo insostenible. La nueva regente no era mejor que sus predecesores. Esta nueva Ana era caprichosa, envidiosa e incapaz de dirigir un imperio. Además, temía enormemente a Isabel, y tenía buenas razones. El pueblo ruso amaba a esta princesa desventurada, la auténtica heredera de Pedro el Grande. ¿Por qué no se sentaba en el trono si tenía más derechos que nadie? Por eso mismo, comenzó a hablarse en secreto de que iba a ser asesinada. Al parecer la regente quería acabar con ella para asegurar el futuro de su hijo, el pequeño Iván VI. Ese fue el momento en el que la gran duquesa, que llevaba tantos años viendo pasar zares y zarinas, decidió cumplir con su destino y usurpar –o reclamar– el trono.

La noche del 25 de noviembre de 1741, la regente Ana dormía plácidamente junto a su marido y el pequeño Iván. Cuando abrió los ojos, vio de pie a Isabel, como si fuese un fantasma del pasado. Había llegado el momento de levantarse, porque un regimiento rebelde se había alzado en armas por su princesa y había marchado sobre el Palacio de Invierno. Cuando había llegado el momento, los soldados habían sido preguntados: “¿A quién queréis servir?” y todos gritaron por ella, la hija de su héroe. Finalmente, la regente fue arrestada y, según dicen, Isabel cogió al pequeño Iván en brazos y prometió que cuidaría de él. Irónicamente, el zar niño pasó el resto de sus días en una prisión. Y así, Isabel se convirtió en zarina y abrió un nuevo período en la historia de Rusia…

Referencias:

TROYAT, Henri, Las zarinas. Poderosas y depravadas, Vergara, Barcelona, 2003.
MASSIE, Robert K., Pedro el Grande, Alianza, Madrid, 1980.
MASSIE, Robert K., Catalina la Grande, Crítica, Barcelona, 2012.

Autor: Francisco J. García, Historiador.

Saludos 🙂

Amistades peligrosas (I): La emperatriz y el monje

22 Saturday Nov 2014

Posted by Dickensandcompany in History

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Alejandra, Alejandra Feodorovna, Edad Contemporánea, el monje Rasputín, emperatriz, Historia, Historia de Rusia, History, Nicolas II, rasputin, Rusia, zar

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A lo largo de la historia han aparecido personajes oscuros, individuos a la sombra de grandes estadísticas, reyes o políticos. Unos más famosos, otros más inadvertidos, pero todos ellos influyentes. En su mayoría porque consiguieron influir en muchas grandes decisiones, llegando a cambiar el curso de los acontecimientos. Entre todas estas relaciones de dependencia, hubo una que hizo correr ríos de tinta entonces y ahora. Las versiones difieren, los rumores son de lo más variopinto y su historia ha quedado teñida de una oscura leyenda, que los condenó para siempre.

Se trata de la emperatriz Alejandra de Rusia y su protegido, el monje Rasputín.  Ella era la esposa del hombre más poderoso de la Rusia imperial. Él el hijo de un campesino. Ella venía de la corte alemana, él se había criado en los campos de Siberia. Por tanto, todo hacía pensar que dos personas tan distintas jamás iban a encontrarse. Sin embargo, el destino iba a entrelazar sus vidas para siempre.

Alejandra Feodorovna, emperatriz rusa y esposa de Nicolás II, había llegado a un país  muy distinto a su hogar. Como zarina, tuvo que aprender la lengua rusa, su historia, adoptar la etiqueta cortesana y abjurar de su religión. Sólo el amor que sentía por Nicolás podía hacerle aquella vida más llevadera. Además, no encajaba en aquella fría corte imperial. Su suegra, la zarina madre María, sentía cierto desprecio por ella, sus cuñadas eran distantes y la nobleza no comprendía el carácter reservado de su emperatriz.

Rostro de Rasputín. Un hombre que fue amado, odiado y provocado miedo por partes iguales.

Mientras todo esto ocurría, muy lejos de allí, un joven Rasputín se criaba en los salvajes pastos de un pueblo siberiano. Desde joven se entregó a una vida de placeres desenfrenados, conoció el sexo precoz, bebió y se vio envuelto en peleas. Casado y con hijos, era cuanto menos un campesino rudo y desaliñado. Pero su vida cambió. Unos dicen que la visión de la Virgen le hizo renegar de sus placeres, otros que conoció la paz en un monasterio y decidió abjurar de sus vicios. Lo importante es que Rasputín se encaminó a la vida religiosa. Viajó, peregrinó y conoció otras culturas. Pero nunca abandonó el deseo; ingresado en una secta cristiana (jlystý), creía que para llegar a la fe, el dolor y el sexo eran necesarios. Y cumplió siempre con esa premisa. Finalmente sus pasos le llevaron a Moscú, y muy pronto se extendió el rumor sobre un hombre santo.

El 12 de agosto de 1905, el pueblo ruso estaba de celebración. Después de cuatro princesas, había nacido un príncipe heredero, un zarevich. Alejandra y Nicolás se sentían felices, en especial ella. Su amado Alexei llegaba como un regalo. Pero la alegría dio paso a la tragedia. El pequeño nació enfermo. Su sangre no coagulaba correctamente, por lo que una pequeña hemorragia interna podía matarlo. Pero lo peor era que, la hemofilia que padecía, la había heredado de su madre, que era portadora. A partir de entonces, se inició el calvario de la zarina. Su niño se moría y ella se sentía culpable. Cuando su dama de compañía le habló de un monje santo que obraba milagros, Alejandra exigió que lo trajese a su presencia. Los destinos de ambos personajes comenzaban a tejerse.

Alejandra de Rusia con su marido el Zar Nicolás II.

Cuando la zarina conoció a Rasputín, un hombre de larga y desaliñada barba, sucio y vestido con túnicas humildes, no pudo sentir otra cosa que repugnancia. Pero la desesperación pudo mucho más. Cuál fue su sorpresa cuando vio que aquel monje obraba el milagro. Sus palabras conseguían calmar al bebé, que después de horas llorando se quedaba dormido. Pero lo más sorprendente, la hemorragia se había curado.

A partir de entonces, Alejandra consideró a Rasputín un auténtico santo. Siempre lo quería cerca de ella, necesitaba de su consejo y lo convirtió en su confidente. La nobleza cortesana pronto se sintió fascinada y horrorizada por ver a aquel sucio monje codeándose con la realeza rusa. Por supuesto, no sabían la verdadera razón de Rasputín en la corte. La enfermedad de Alexei fue un secreto para todos pues, como heredero que era, no podía verse su debilidad.

Durante los años siguientes, Alexei creció con aquel hombre junto a él. Cada vez que el pequeño se hacía daño, se caía o se golpeaba, Rasputín calmaba su terrible dolor, le contaba historias que lo hacían dormir y conseguía lo que los médicos imperiales no podían: curaba la hemofilia del príncipe. De ese modo, Alejandra ligó cada vez más profundamente su vida a Rasputín. Si el starets –como ella le llamaba– estaba cerca, nada malo podía pasar. El propio zar recelaba de aquel hombre, pero sabía lo importante que era para hijo, pero también para la salud emocional de su mujer. Pues Alejandra empezó a desarrollar una dependencia casi total por él, hasta el punto de enfrentarse a aquéllos que denostaban o criticaban al monje. Muchos políticos que aconsejaron al zar alejar a Rasputín de la corte, fueron víctimas de la ira de Alejandra. Pronto crecieron los rumores. La zarina imperial tenía un amante. No era extraño que se pensase así. Rasputín disfrutaba del sexo en aquella vida de lujos y poder. No eran pocas las aristócratas que lo visitaban para conocer los misterios que escondía aquel salvaje ser. Pero todos los historiadores coinciden en que la relación de Alejandra y Rasputín jamás estuvo marcada por el sexo. Ella adoraba a su esposo, y en Rasputín sólo veía al salvador de su hijo, a una especie de enviado divino. Por su parte, el monje respetaba a aquella mujer, como a ninguna otra. Se aprovechó de su influencia, por supuesto, y utilizó a Alejandra para conseguir más poder. Pero respetaba a su zarina, a la que cariñosamente llamaba “madre”. Lo importante, después de todo, es que una amistad tan peligrosa marcó el principio de su tragedia…

Intrigante historia que continuara en el próximo post.

¿Os gusta la historia de Rusia? ¿qué parte es la que más te gusta? Cuéntanos¡¡¡¡

Saludos 🙂

Autor texto: Francisco J. García, Historiador.

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